Recogiendo Frutos

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Capitulo 24 Z – El horror de lo desconocido

William exploraba los extensos pasillos que interconectaba cada uno de los modulos de la base, tratando de orientarse. A pesar de que el esquema es el mismo del que estaba acostumbrado, simplemente no sabía que buscar ni dónde.

Mientras deambulaba, llego a la zona de habitación. No pensaba encontrar cadáveres allí debido a que no tendría sentido permanecer tan tranquilo en un lugar lejano a la salida. Después de todo, había cadáveres en aquel lugar.

Abrió la primera puerta que encontró y de inmediato descubrió una pequeña habitación austera que contaba con comodidades como una cama, sillas y un pequeño escritorio. Gracias a la iluminación que aun persistía sin problemas, de inmediato descubrió también a su habitante. Un cadáver reseco que conservaba su cabello, largo y castaño, sentado en una de las sillas y recostado sobre su escritorio.

William se asustó al verla. No era alguien que les temiera a esas cosas, pero la posición tan natural del cuerpo le hizo pensar que era una persona viva esperándole, adormilada sobre la mesa por el tiempo que ha pasado.

—¿Señorita? —pregunto perplejo por la aparente vitalidad del cadáver —Me gustaría hacerle unas cuantas preguntas, pero supongo que esta indispuesta…

Observó por la habitación, había sido adornada como si le perteneciera a una jovencita, muy distinto de los colores planos a los que estaban acostumbrados en su base. Parecia haber esperanzas al momento de ambientar el lugar y ahora solo había restos resecos de lo que podría ser excrementos en las esquinas de la habitación. (revisar)

El aire se sentía puro a pesar del cadáver del lugar, no se sentía el olor a putrefacción y quedaba claro que el sistema de ventilación funcionaba bien, así que tomo una de las sillas y se sentó junto a la mujer que permanecía en silencio sobre la mesa.

—Lo siento señorita si le molesta mi presencia. Necesito revisar unas cosas por aquí

William recolectó algunos objetos del suelo, entre ellos una identificación; Abigail, de dieciocho años. «Una joven promesa, con un futuro brillante por delante» pensó mientras hojeaba algunos apuntes que parecían describir el funcionamiento correcto de la misión, pero las manchas de los fluidos de la descomposición, habían causado daño y no dejaban entrever los detalles. «No importa, no parecía importante» murmuró.

Incapaz de encontrar más información, pensó en retirarse y con una leve reverencia se despidió de su temporal compañera, pero vio que en sus manos había un lápiz y papel. Objetos muy raros para una misión como la suya y escrito con ellos, aun debajo de su mano, decía: «No creo que alguien vaya a leer esto, pero quiero que sirva de mi epitafio. Yo, Abigail, viví como quise y morí a causa de eso»

William guardo silencio por un momento y fijo su atención en la manchada mesa. También había un pequeño diario. Probablemente uno que debió ocultar hasta el final de sus días.
En el cuadernillo no había más que palabras de emoción y felicidad al inicio. La misión parecía ser un éxito hasta que los plazos se cumplieron sin recibir noticias del comandante. Poco a poco el diario explica sobre los conflictos que había en la tripulación mientras describe el miedo que pasaba su autora. Hasta que los alimentos se acabaron. Los tripulantes hicieron una revuelta, pero el comandante no tenía las respuestas. Parecía estar asustado por alguna razón que nunca aclaró y pronto el agua se terminó. Las personas estaban demasiado débiles para intentar enfrentar al comandante quien parecía ocultar algo tras la cabina de mandos. Y pensaron en huir de allí. Algunos como la autora, decidieron esperar su final en su habitación.

William se sintió mal al entender el pasado de su compañera y volvió a leer la identificación de Abigail. Tenía dieciocho años al momento de crearse la credencial y parecía llena de vida. Se preguntó cuánto tiempo tardó todo en salir mal y paso su mano sobre la cabeza, simulando acariciar su cabello.

—Lo siento señorita. Todo terminó. Descansa en paz.

Se levantó del lugar y salió. Dejó cerrando la puerta y de ella colgó el breve epitafio escrito en papel. No sabía cuánto duraría este improvisado memorial, pero confió en el inerte planeta para mantener intacto este recuerdo.

—Lo siento, ire a hablar con tus compañeros.

Continúo examinando las demás habitaciones. Estaban abandonadas y sus habitantes habían salido a alguna parte antes de morir. Parecía que saldría de la zona habitacional sin encontrar a nadie más de los que estaban citados en el diario, hasta que llegó a una habitación que se encontraba cerrada. Forzó la puerta hasta que logro entrar y encontró otro cadáver femenino, de cabello rubio y apariencia mayor. A juzgar por la expresión de su rostro, posiblemente murió por alguna razón espantosa y no por hambre. El horror estaba claramente marcado en su rostro y yacía en una esquina de la habitación.

William hizo una reverencia y guardo los respetos por la mujer y procedió a examinar el lugar. Encontró una credencial; Alicia, de cuarenta y dos años. Su habitación era simple, pero contaba con una terminal, apagada, que pronto confirmo que aun funcionaba.

Al encenderla encontró un mensaje a medio redactar y que obviamente estaba dirigido al centro de control en la tierra, pero no tenía destinatario.

«Por favor, se los suplico, respondan. No sabemos lo que está sucediendo. El comandante no puede establecer comunicación con la tierra. Los recursos se están acabando y encima tenemos que estudiar esa “cosa”. Samantha se encargará de hacerlo, yo me negué. Interceptamos una señal de auxilio y la rastreamos. ¡Esa “cosa” se los está comiendo! ¡Sáquenme de aquí!»