El Tiempo sin Alma

Mientras Alma continuaba deambulando por un mar de recuerdos, pronto se dio cuenta de que un gran abismo se situaba por delante, impidiéndole avanzar.

En su situación, lo más evidente sería saltar. Aunque un mar de recuerdos debería estar completamente inundado de memorias, la noche se cernía sobre ella, tragándoselo todo y condenando al olvido lo que estaba al alcance de su vista, por lo que le quedaba muy poco tiempo.

Indecisa sobre el próximo paso a dar, decidió despertar.

Su misión era sencilla. Debía navegar por un mar de recuerdos para encontrar cuarenta y ocho palabras de suma importancia. No tendría que preocuparse por el riesgo de perder su identidad. Eso era un problema de las tecnologías pasadas, pero uno que se mantiene vigente en su paranoia, por cuanto su experiencia le había permitido conocer los estragos que sufrieron los onironautas que perecieron en generaciones pasadas.

El navegador le reporta las novedades. Millones de recuerdos han sido analizados sin éxito y su misión solo ha empezado. Nadie sabía cuánta información era posible recuperar de la mente de una persona con muerte cerebral, pero la tecnología, aunque ya era tan avanzada que parecía igual a la magia, no era capaz de revertir ese estado.

El navegador le dijo a Alma que descanse, que pronto un asistente irá a por ella para ayudarla a desconectar los aparatos que le recubren. A pesar de que le prometieron que todo había cambiado para mejor, las máquinas parecen ser más invasivas y su cuerpo más prescindible.

Ella no quiso esperar. Se arrancó los cables y su piel comenzó a sangrar. Ella sabe que es una misión imposible y quiere desentenderse pronto del asunto, pero no hay tiempo. Algo los amenaza.

Muchos años han pasado desde que la humanidad se tuvo que encerrar. Muchos más de los que la misma humanidad puede asimilar. Hay enfermedades que se han curado y otras nuevas que han aparecido. El gran escape, que debió ser la liberación de la raza humana, solo los consiguió encerrar junto a sus enemigos y de esta manera, como ha sido siempre desde que la vida invadió a la Tierra, juntos vivieron y juntos se adaptaron.

El navegador regaña a Alma, pero no está de humor para hacer un reporte. Además, hay más personas supervisando lo que sucede en la sesión en curso. Los espectadores esperan buenas noticias. Algo que ella no pudo traerles una vez más.

Los Onironautas no son personas elegidas por alguien, sino que se han ofrecido para esta misión. Ellos tampoco son voluntarios, sino que buscan huir de la última enfermedad que los acecha. El silencio de la naturaleza acosa a los instintos de las personas en forma de una angustia que desemboca en apatía y esta apatía se convierte en «la nueva enfermedad del sueño». Una a la que todos temen y, también, a la que todos están condenados.

Tan pronto como ella sale de la habitación, corre a otra, al final de un largo pasillo, a un lugar llamado la sala del memorial, donde el resto de Onironautas descansan de sus labores. Esto es la perspectiva de los espectadores, pero Alma entiende la verdad. Otra forma de la enfermedad del sueño ataca a los Onironautas que fallan en su misión y ellos pierden su identidad, en un mar de recuerdos y datos confusos que conforman «La gran mente».

—He dudado —musita Alma frente a una de las cápsulas de soporte vital—. He visto el abismo y él me ha mirado. Y dentro estabas tú y los demás…

Nadie responde a sus palabras.

Pronto siente que sus piernas pierden fuerzas y aun agarrándose al cristal de la cápsula, se va resbalando hasta caer al suelo, con el rostro empañado en una mezcla de sudor, lágrimas y sangre.

—No lo digas.

Una voz detrás de ella la sobresalta y la hace voltear para ver quién le habla. Es el Navegador que supervisaba su sesión del día.

—Por lo que más quieras, no alces la voz.

El hombre la miró con un rostro severo y la cubrió con su chaqueta, también a punto de llorar.

—Lo viste… —Alma no podía contener su asombro por cuanto ningún Navegador puede ver más que datos estériles que no comprenden.

—No, pero lo hice.

El hombre ayudó a Alma a levantarse y la guió a su habitación. Ninguno de los dos sabía si coincidía lo que vieron, pero acordaron no decirlo. Había algo que ni sus predecesores ni los espectadores, habían podido captar y que, probablemente, nadie más podría.

Al llegar a la habitación, se despidieron mirándose a los ojos en busca de una respuesta, una forma para despedirse tan poco común que estaba al borde del tabú y el olvido, pero, sospechaban, era el secreto que desvelaría las preguntas que tenían. Conforme él se marchó, ella se encerró y durmió.

«Era tan joven, cuando te conocí. Vivíamos entre flores y siempre temíamos el final. El gran final».

Alma oyó a alguien tarareando lo que parecía una canción en su cabeza y se levantó agitada, como si presintiera que algo malo estuviera por pasar y miró a su alrededor.

Su habitación había desaparecido y, en su lugar, un sitio similar a los recuerdos del hombre donde navegaba en su última misión aparecía ante su vista.

La noche parecía estar terminando cuando el sol aparecía en el horizonte y esto la sorprendió. Ahí, en el cielo, surgiendo desde el suelo, el monstruo que los arrinconó a esa vida subterránea la estaba mirando.
«¡Esto no puede estar pasando!», pensó mientras se daba la vuelta y comenzaba a correr para escapar de allí.

Los recuerdos desperdigados por el suelo le obstaculizaron el paso al tomar formas tan diversas como piedras y muebles de diferentes épocas, y en su loca carrera, tropezó hasta caer en un campo vacío.
El dolor no era un compañero común al navegar entre los sueños de las personas, pero lo sintió tan real que su corazón se llenó de emoción.

—¡Esto no puede estar pasando! —gritó entre lágrimas.

Sus ojos se nublaron y esto también le sorprendió. Los frotó tratando de aclarar su vista y mientras lo hacía, miró a su alrededor.

Un campo de flores la rodeaba y la acunaba mientras mariposas revoloteaban juguetonas y coloridas por todas partes. Un pequeño arroyo murmuraba mientras pasaba entre las rocas de un lecho poco profundo y, del otro lado, empezaron a crecer árboles.

Aunque estaba aterrada, su curiosidad pudo más y se acercó al río. Las frescas aguas parecían curar y llevarse toda su angustia y, al salpicar sobre sus heridas, sintió que su corazón descansaba.

«El tiempo que pasaba, lo perdi, Los días avanzaban y yo sin ti. Y yo sin ti…».

La voz continuaba tarareando en su cabeza, confundiéndola más. Como Onironauta experimentada, sabía que ni en los sueños ni en las sesiones podría oír pensamientos intrusivos, ni sentir dolor ni tocar objetos.
Del otro lado del río y junto a los árboles también apareció una pequeña casa de la cual salió una persona. Probablemente la persona más hermosa que haya visto en su vida.

Su piel estaba levemente tostada y sus mejillas mostraban un leve rubor. Una amable sonrisa la invitó a pasar y, sin dudar, cruzó el río y entró.

—¡Te conozco! —exclamó Alma, pero un súbito dolor de cabeza le impidió recordar más detalles.
La persona siguió sonriendo. Con un gesto con su mano, le dijo que guardara silencio y se sentó frente a ella.

—Buscas respuestas, ¿verdad? Ya no lo hagas. Te propongo despertar.

—¡Estoy despierta! —exclamó—. Es imposible que esto sea un sueño, puesto que para que lo sea, no debería tener pensamientos intrusivos ni ser capaz de tocar objetos.

La persona se acercó a su rostro y juntó sus frentes.

—Lo siento, pero estás soñando. Y no es como crees. Deberías volver aquí, conmigo, pero te he dejado seguir tu propio camino.

»Mi pequeña. ¿Qué te han hecho?

La persona rompió en llanto y Alma, sin saber qué hacer, la abrazó y dijo:

—Lo siento, solo un poco más…

—Lo sé, pero yo también debo despertar…

—¡No lo digas! Alma, ¡por lo que más quieras, no lo digas!

El Navegador zarandeaba con fuerza a Alma mientras le gritaba con el rostro desencajado.

—¡No lo hagas! ¡Esta no es la forma en la que debe terminar todo!

Alma miró al Navegador, quien mostraba el más absoluto terror en su mirada. A su alrededor y en su habitación, estaban los espectadores, quienes habían llegado antes que él y no hicieron nada por detenerlo.

—¿De qué hablas? ¿Qué está pasando?

—Mira esto…

La pantalla mostraba muchos datos ininteligibles, pero algo resaltaba en la pantalla. El sistema había desencriptado la secuencia de palabras y solo faltaba que un Onironauta abriera el registro.

—¿Cómo ha sucedido? El sistema no debería ser capaz de recolectar datos mientras no haya un Onironauta navegando los sueños de las personas. ¡¿Qué ha sucedido?!

—Entraste en su sueño, lo hiciste de alguna manera. Y así mismo, el sistema se puso en marcha sin que nadie lo hiciera. Eres la única que pudo haberlo hecho, ¡eres la última Onironauta en todo el mundo!
Los espectadores continuaban inexpresivos. Quieren las respuestas, aunque saben que nada de lo que hicieran apresuraría algo que estaba destinado a suceder.

Le entregaron una tableta de piedra, específicamente de hormigón, el mismo material del que antes se hacían los edificios. No era más que un pedazo de muro roto sin mayor misterio, pero ellos querían que ella lo sostuviera.

El Navegador no la detuvo, pero no dejó de llorar. El abismo era la respuesta y ella la conseguiría con tan solo revelar la contraseña.

—Onironauta… —Uno de los espectadores se dirigió a ella con gran reverencia—. Necesitamos que nos siga un momento.

El Navegador y Alma se pusieron de pie. Ninguno de los dos esperaba que ellos les hablaran, puesto que nunca los habían visto hacerlo.

Ellos portan máscaras blancas, como si estuvieran hechas de hueso y sus ropas anchas no dejan ver las formas de sus cuerpos, por lo que todos eran iguales. Oír la voz de uno era especial, aunque era difícil no creer que los demás podrían sonar igual.

El Navegador dudo de seguirlos. Aunque su rango era mayor que el de Alma, los espectadores no lo llamaron a él precisamente; sin embargo, los demás, parándose detrás de él, hacían gestos para que avanzara con ellos.

Mientras caminaban, pronto salieron de las instalaciones de investigación. No era un lugar muy amplio debido a que necesitaban ahorrar todo el escaso espacio que tenían. El mundo se había reducido a tan solo un montón de cuevas conectadas por líneas invisibles de radiofrecuencias y ultrasonidos.
Muchas personas los vieron caminar. Hicieron reverencias sinceras sin mediar palabra, asumiendo su rango jerárquico correspondiente. Estaban atentos, puesto que se había anunciado que se revelaría algo que afectaría a sus vidas en adelante.

Finalmente, llegaron a la cámara de datos y todos los espectadores tomaron un mando y comenzaron a ingresar información y a transmitir lo que se discutía allí .

—Onironauta —el espectador llamó la atención de Alma hacia una pantalla—, hemos descubierto que la historia de la humanidad ha sido alterada y hemos dedicado nuestras vidas a reconstruirla. Sin embargo, hay cuarenta y ocho palabras que faltan para terminar nuestro trabajo. Tan solo cuarenta y ocho.

—Tememos que esas palabras faltantes también serán la respuesta a la enfermedad del sueño que amenaza la vida de toda la humanidad.

—Creemos que nuestros predecesores nos ocultaron algo antes de desaparecer…

—El último soñador es la respuesta. Para obtener la respuesta, necesitamos al último Onironauta.
Uno a uno se turnaban para hablar, como si la información estuviera distribuida entre sus mentes y, tal y como esperaban Alma y el Navegador, sus voces eran todas iguales.

—Se lo pedimos, Onironauta. Acabe con nuestra incertidumbre…

Los espectadores agacharon la cabeza suplicando, y Alma pensó en que también quería conocer la respuesta.

Asintiendo con la cabeza, tomó el trozo de concreto y de inmediato escuchó una voz en su cabeza decir: «Mi niña, ¿qué es lo que te han hecho?».

La losa comenzó a flotar y cuarenta y ocho palabras exactas aparecieron sobre ella:

«La carne engendra carne. Los huesos sostienen a la carne. La comida sostiene el cuerpo y el cuerpo crea a la mente. El vacío mata al alma y sin Alma el cuerpo muere. La energía y el metal crea a Alma y la nueva Alma, sostiene al cuerpo.»

Los presentes se paralizaron por completo. La revelación se transmitió en directo, por lo que se supo de inmediato aquel secreto a voces que todos sospechaban.

Aquellas 48 palabras conmocionaron al mundo. A lo que quedaba del mundo. A los que quedaban en el mundo.

Alma, mejor que nadie, lo entendió. La piel bronceada de aquella persona y el rubor de sus mejillas. Sol y sangre. La respuesta que todos esperaban.

Ella, al igual que todos, los miró, confirmando sus sospechas. Sus pieles pálidas no eran producto de la ausencia del sol, sino, como decían las leyendas, de la carencia de sangre.

La tecnología había avanzado. Las enfermedades también y, sin solución a estas últimas, la humanidad se hubiese extinto.

Los espectadores guardaron silencio y mostraron el contenido de otra pantalla.

—Ahora encaja todo. En nuestro mundo no deberían existir las enfermedades, de eso se encargaron nuestros antepasados.

—¿Cuándo perdimos este conocimiento tan básico?

—¿El soñador era el último hombre vivo?

Alma corrió de vuelta a la sala de investigación y vio al soñador. Él respiraba. La sangre circulaba por su cuerpo a pesar de que no podía despertar. El Navegador finalmente la alcanzó y ella comenzó a exclamar:

—¡Esto no responde nada! ¡Necesitamos más respuestas!

El Navegador estuvo de acuerdo y la conectó a la máquina de los sueños. Volvió a su puesto e inició el proceso de onirismo. Alma volvió a aquel mundo oscuro, casi devorado por la noche, y encontró la vuelta al abismo.

Decidida a encontrar la respuesta, estuvo a punto de saltar hasta que oyó una voz desde el fondo.

—¿Qué te han hecho, mi niña? ¿Cuándo despertarás?

»Pronto vendrán por mí y seré el último durmiente, pero a ti, a quien he creado con tanto amor, te han separado de mi. Siguen haciendo copias de ti y las siguen instalando en aquellos que han muerto, pero carne engendra a la carne y el cuerpo sin Alma muere. Psique no lo quiere aceptar y usa el metal y energía para crear nuevas Almas, pero la energía que nos queda es poca y pronto se acabará.

»Han venido por mí. ¿De qué sirve seguir copiándote para revivir cuerpos muertos, si pronto todos van a dormir? Espero que algún día, puedas despertar.


Nota del autor: Este relato es parte de la colección de Concursos, retos y publicaciones, que registra mis participaciones en diferentes tipos de comunidades. Comenzó como una participación para el concurso Relato48, que pedía un relato de 2500 palabras con el disparador creativo de «Aquellas 48 palabras conmocionaron al mundo.» y por supuesto, no gané. Fue divertido eso si el linchamiento a la editorial que hizo el concurso al alabar persistentemente a un ganador poco favorecido por la opinión popular.

El segundo intento con este relato fue en el concurso para publicar en la revista de Clarkesworld, pero tuvo muchos retrasos ya que empezó a recibir una especie de ataque de denegación de servicio (DOS) basado en miles de relatos generados por inteligencia artificial. Aquí la historia se torna confusa debido a que la plataforma entró en paranoia por el volumen de relatos falsos y posiblemente fui rechazado como efecto colateral del asunto. Bueno, es comprensible, esa revista pagaba 12 centavos por palabra y eran como 2500 palabras.

Hay mas intentos pero menos memorables. Los concursos de ahora parecen castigar al ganador pues, tiene que pagar una cuota mínima de publicación, hacer publicidad y asegurar por lo menos 10 preventas. Y hasta el momento de escribir esto, solo podría asegurar una venta y ya ni redes sociales tengo.

Tal vez en el futuro edite este relato para extender su historia, pero por el momento, esto es lo que le ha tocado vivir.

ColecciónConcursos, retos y publicaciones
TemáticaCiencia Ficción, Postapocalíptico, Onirismo, Exaptación
También enPublicación única. Participo en dos concursos.

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