Relato Corto: Laberinto

Ciudad Laberinto

Relato para el reto Blogger del grupo  Deus Ex Machina(actualmente desaparecido)

Este relato es uno de mis favoritos por su estilo y narrativa, casi no recuerdo su origen pero estaba basado en un sueño.

Actualización:

Este relato ha sido corregido y ahora forma parte de la antología de «Los Frutos del Tiempo. Primera Cosecha». Mientras lo corregía, me di cuenta de muchos errores cometidos por simple ignorancia, especialmente en temas relacionados con las comillas y los diálogos de múltiples párrafos. Después publicaré lo que he aprendido corrigiéndolo.


Laberinto

Ciudad Laberinto
Ciudad Laberinto

—¿Sabes? El camino descampado solo es visible cuando has dado un paso dentro de él. Mientras estés en el bosque todo es un laberinto de árboles infinito y desesperante. El fuego suele ser tu aliado, destruyéndolo o acabando con tu agonía. La primera puerta se abre frente a ti.

La voz parecía retumbar en mi cabeza pero la persona frente a mí, con una taza de café en una mano y un periódico enrollado en la otra, hablaba con soberbia señalando una calle muy transitada.

—No esperes que un dragón te visite cuando te pierdas en el bosque, no esperes que un volcán lo devore. Desde aquel momento en el que perdiste las esperanzas de salir, las puertas se te han cerrado.

Solo dejó de hablar para tomar un sorbo de café. La gente, a mi alrededor, se quedaba quieta cada vez que él callaba y recuperaba el movimiento al ritmo de sus palabras. Las calles parecían retorcerse sin cambiar de forma alguna, y yo, aún más confundido, levantaba mi taza de café casi vacía al momento en el que él lo hacía para no perderme de sus palabras.

—¿No decías que eras quien cambiaría el mundo? Sólo tienes treinta años y has abandonado toda esperanza, saltaste desde aquel edificio y a mitad del camino me has llamado. Dios, demonio, auxilio, socorro… ¿En qué estabas pensando? Abarcando tanto, cualquiera te iba a responder. Pero he llegado primero y ahora vamos a jugar.

»El mar embravecido agita sus aguas contra la tierra que aguanta por toda la eternidad sus ataques.

»La roca, infinitamente más dura que el agua, va cediendo poco a poco hasta volverse polvo. ¿Creías que tú, siendo un simple mortal, cambiarías algo?

»El cielo siempre cambia, la tierra también, la misma ciudad fluye constante al ritmo de mis palabras.

»¡Mira! Las miradas acusadoras de todos aquí están sobre ti. ¿Qué te hizo creer que serías tan especial como para poder escapar del tormento que fue asignado a todos los mortales?

»Se te ha privado del fuego. No hay un gran dragón que despeje el bosque. Las puertas siempre abiertas se te han cerrado y tú, inútil, estás sentado en una silla bebiendo café. Sin azúcar, sin agua; un trago amargo que pasas con dificultad por tu garganta esperando una respuesta clara.

Las furiosas y frustradas miradas de los transeúntes se fijaron en mí, tan pronto como el hombre comenzó a hablar. Acusadoras, agotadoras, dolorosas… No había nadie que me distrajera del cruel tormento que les asignaron sobre mi.

Las calles parecían retorcerse en un ciclo infinito para que la gente y sus vehículos volvieran a pasar, mirándome, achacándome por hacer trampa en este juego que llaman vida y cada vez llegaba más gente, más animales, más calles y más edificios.

El amargo sabor en mi boca coincidía con su acusación. Indigno de la vida, probé la amargura de un mero café sin agua y sin azúcar, como castigo leve para mi intento de escapar. La tierra tiembla ante la cada vez más concurrida calle frente a la cafetería. El hombre retomó su discurso al terminar de beber otro sorbo de su aparentemente inagotable taza.

— ¿Cruel castigo te resulta masticar granos de café? Peor fue aquello que te llevó a saltar, ¿verdad? No esperes que tu intento de escape pase desapercibido, mira, la gente se reúne para ver tu desmembrado cadáver. pudiste haber elegido un final más digno.

»Tus ropas desgarradas, tus órganos expuestos, las piernas abiertas exhibiendo tú miseria. ¿Era necesario saltar desde el edificio a tropel?

La gente se reunía precipitada y haragana. Observaba con desdén aquel cuerpo destrozado que fui alguna vez. Sus miradas parecían desdoblarse solo para vernos al mismo tiempo, al cadáver y a mí, al uno con lástima y al otro con desdén. Al muerto como alguien bueno y a mí, como a un infiel.

La tierra se movía y la gente fluía por las calles como si fueran la sangre de las arterias de la gran ciudad. El tiempo continuó pasando y poco a poco se olvidaron de mí, aquel que un día saltó desde lo alto de un edificio a tropel, que se desmembró al chocar con tanto obstáculo que encontró durante la caída y aplastó a la verdadera razón por la que me miraron con lástima; un pequeño pichón.

—¿Sigues mirándote con autocompasión? Has pedido auxilio y yo te lo di. ¿Quién te crees que soy? ¿Un demonio? ¿Un simple trickster perdido en el tiempo? Yo soy tú y aquí estoy, riéndome de tu decisión, burlándome de tu desgracia, siendo reflejo de lo que serías si no hubieses saltado.

»No, tienes razón, no soy tú, porque has llegado aquí por tu estupidez y yo, tan solo riéndome de tu insolencia, estoy desde siempre y hasta siempre.

»El fuego es tu aliado; quema el bosque. El camino descampado solo se ve al salir del laberinto de árboles. Deja de lamentarte y avanza, pisotea tu cadáver, sueña en grande y recuerda: el cielo siempre cambia y la tierra también. Hasta la roca más dura es molida por el agua tan suave.

La miseria de mi vida se había ido hasta que me convertí en una baldosa más de la acera. Fui una vida disfrutada que se truncó antes de terminar naturalmente y aquel pichón que maté mientras caía, recibió cristiana sepultura.

Paloma parda y sin plumas, tuvo las alas que me faltaron para evitar llegar al suelo. Acabé con su vida antes de que pudiera comenzar la suya y recibió un entierro digno mientras yo sigo estampado en el suelo como una baldosa más de la acera.

Las calles recursivas se retuercen como un laberinto; los faroles y peatones son simples arbustos de este bosque. El peligro son los árboles gigantes, enormes guardianes permanentes en el tiempo capaces de guiar a idiotas directo hasta el suelo. Ayer mismo cayó otro semejante a mí.

Pobre idiota, o tal vez… un genio.

Saltó desde lo alto, sin prisa, sin apuro.

Estiró las piernas con orgullo y sin temor de su decisión.

Llegó al suelo de espaldas sobre un auto que se hundió y, molido de todos sus órganos internos; falleció.

Así, digno, orgulloso y estúpido, logró escapar mejor que yo, pero a diferencia de mí, la gente con lastima lo miró.

Lo levantaron, lo trasladaron y lo enterraron, nunca penó.

Nunca se lamentó.

Nunca.

Desperté.

El calendario marca mi cumpleaños veinte. No lo soñé pero no morí. No viví. Cuando cumpla treinta saltaré otra vez hasta morir como aquel tipo, digno y orgulloso. O más bien, viejo y en un sofá frente a una chimenea. O más bien, lo que se venga según actué conforme a lo que ahora sé.

—No has escapado —dijo la profunda voz—. Nunca has escapado. No creas que lo que viste fue un sueño, ni olvides el dolor previo a tu muerte. El fuego es tu aliado, puedes quemar el bosque o morir incinerado. No dejes nada pendiente o volverás a comenzar. El laberinto de árboles conforma el bosque tú, simple viajero, no eres más que una pulga perdida entre los matorrales.

»Tienes manos, tienes pies, tú decides si enciendes una antorcha o saltas desde los árboles, mientras yo, aquí, desde siempre y hasta siempre, te sigo vigilando hasta que olvides en que te has equivocado y vuelvas a saltar.

Desperté.

El aroma del café inundaba mi olfato.

La gente a mí alrededor me observaba aterrada.

«¿Quién lo empujó hacia la calle?», se preguntan. Pero lo que no saben es que en realidad, lo deseaba.

El hombre en la cafetería sigue tomando su café, me mira con el periódico enrollado en su mano, mientras con la otra sostiene la taza de la que vuelve a beber.

 

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2 respuestas a “Relato Corto: Laberinto”

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